La desazón se apoderó de los hinchas de Colo Colo tras una jornada para el olvido en el Estadio Monumental. Más allá de lo sucedido en las afueras del estadio, con la lamentable muerte de dos hinchas, un niño habló con sinceridad sobre los incidentes ocurridos dentro del terreno de juego. Los verdaderos fanáticos, aquellos que acompañan al equipo en las buenas y en las malas, debieron abandonar el recinto con la amargura de presenciar lo que muchos califican como el "derrumbe de la temporada", especialmente con las miradas puestas en su participación en la Copa Libertadores.
En medio de este complicado escenario, un testimonio recogido por Minuto 90 refleja la frustración y el malestar de algunos asistentes ante el comportamiento de ciertos individuos. "Se cae el techo, siempre pasa lo mismo", lamentó el joven, aludiendo a problemas recurrentes. Denunció que "si uno compra un sector Caupolicán van pasándose", refiriéndose a personas que se movían indebidamente por el estadio.
El mismo aficionado relató con impotencia: "Hoy día vimos nosotros que ellos estaban pasando por la reja, unos locos me quitaron la chaqueta, sí, una chaqueta mía la colgaron allá arriba. Y andan puro haciendo maldades aquí. Ya no vienen al estadio, vienen a asaltar, a cogotear, a tirarle piedra a los carabineros". Además, criticó los tradicionales "arengazos", señalando que "en el arengazo rompen la reja", contribuyendo al deterioro y al ambiente de inseguridad.
La situación deja una profunda reflexión sobre quiénes son los más afectados por estos incidentes: los hinchas que solo desean disfrutar del fútbol. ¿Qué opinas de la opinión de los hinchas y la situación vivida en el Monumental?
El fútbol no es solo un deporte. No es solo goles, camisetas y puntos. Es, como bien lo señaló Jean Beausejour en Reino Fútbol, un movimiento social en sí mismo. Y esa idea cobra fuerza cada vez que una pelota rueda en cualquier rincón del mundo.
En estadios gigantes o en canchas de tierra, el fútbol une. Cruza clases sociales, culturas, religiones e ideologías. El que cree que solo se trata de 22 personas corriendo detrás de un balón, no ha entendido su verdadera magnitud.
El fútbol es identidad. Es cultura popular. Es herencia. Pero también es protesta, espacio de resistencia, herramienta política, canal de expresión. Desde las pancartas en las galerías hasta los cánticos que exigen justicia, desde la visibilidad que le dio el deporte a causas como la igualdad de género, hasta las campañas por la paz, el fútbol ha sido un escenario más para hablar de lo que duele y lo que se sueña.
En América Latina, en particular, esta realidad es aún más intensa. Aquí el fútbol ha servido para denunciar desigualdades, unir pueblos divididos, encender procesos sociales. Los ídolos no solo representan clubes: representan barrios, esperanzas, frustraciones y sueños colectivos.
Y, al mismo tiempo, el fútbol ha sido también un espejo de lo peor: corrupción, racismo, discriminación. Pero su alcance lo vuelve poderoso: lo que se muestra en una cancha lo ve el mundo. Y eso obliga a responsabilizarse del mensaje que se entrega.
Por eso, cuando decimos que el fútbol es un movimiento social, no exageramos. Lo vivimos cada día. En cada gol, en cada hinchada, en cada historia.
El desafío ahora es entender ese poder. Y usarlo. Para construir, para incluir, para unir. Porque si el fútbol tiene esa capacidad de emocionarnos y conectarnos, también tiene la capacidad de transformarnos.
Más que un deporte, el fútbol puede —y debe— ser una fuerza de cambio.
En el competitivo mundo del fútbol profesional, donde los errores cuestan caro y la presión no da tregua, hay una verdad incómoda que flota en el ambiente: nadie está a salvo. Ni los jugadores con más experiencia, ni los ídolos consagrados, ni siquiera los que alguna vez parecieron intocables.
La realidad del fútbol chileno lo ha dejado claro en más de una ocasión. Las lesiones, el bajo rendimiento, la inestabilidad emocional y los entornos tóxicos son factores que pueden quebrar incluso a los más fuertes. Y lo más preocupante es que, muchas veces, los protagonistas no encuentran apoyo real dentro del sistema. Todo se reduce a resultados.
Cada mes, muchos futbolistas enfrentan jornadas extenuantes, críticas feroces y la constante incertidumbre de su futuro profesional. Como lo explicó una voz desde adentro, no son raros los días donde solo uno de cada treinta se vive con verdadera tranquilidad. El resto es presión, ansiedad y exigencias extremas.
En este escenario, la salud mental sigue siendo el gran tema pendiente. Mientras Europa avanza en políticas de contención y acompañamiento, en Sudamérica todavía se mira con recelo al jugador que reconoce estar mal. “Tiene que aguantar”, dicen. Pero aguantar no siempre es sinónimo de fortaleza. A veces, hablar es el acto más valiente.
Hoy más que nunca se necesita mirar al fútbol no solo como un espectáculo, sino como una actividad profundamente humana. Los futbolistas son personas. Tienen días buenos y días malos. Tienen miedos, inseguridades, dolores que no se ven.
Y entender eso no solo hará mejores clubes o mejores selecciones. Hará un mejor fútbol.
Porque si nadie está a salvo, entonces todos tenemos la responsabilidad de cuidar al otro.
¿Qué significa ser hincha en tiempos donde el fútbol es cada vez más espectáculo y menos ritual? Esa es la pregunta que, sin querer, se ha instalado con fuerza entre quienes viven la pasión por sus colores. Y la respuesta, como siempre, divide. Esta es la nueva columna de Grace Lazcano,
Por un lado, están los militantes. Esos que no se pierden un solo partido. Que viajan kilómetros por ver a su equipo. Que no solo compran la camiseta, sino que la defienden con el alma. Son los que siguen alentando en la mala, los que arman banderas, los que transforman el estadio en un templo.
Del otro, los espectadores. Los que disfrutan del fútbol, pero a distancia. Que analizan, que critican, que celebran, pero desde la comodidad del sillón. Son hinchas también, pero su vínculo es menos visceral, más racional. Más de highlights que de noventa minutos en el tablón.
En Chile, ambas posturas conviven, a veces con tensión, otras con respeto. Pero lo cierto es que ambas formas de vivir el fútbol tienen valor. Porque al final del día, todos vibran con el gol, todos sufren con la derrota, todos sueñan con la gloria.
Lo importante es no olvidar que el fútbol no es solo lo que pasa en la cancha. Es identidad, es pertenencia, es memoria colectiva. Y ahí, tanto el militante como el espectador tienen su espacio.
Quizás el desafío está en no juzgar al otro, sino en entender que el amor por el fútbol se manifiesta de múltiples maneras. Algunas más ruidosas, otras más silenciosas. Pero todas auténticas.
Ser hincha es un acto de fe. Y como toda fe, se vive a su manera.
En momentos en que el fútbol chileno vive una de sus etapas más confusas, con críticas que llegan desde todos los frentes y con resultados que no acompañan, hay voces que prefieren ir directo al grano. Y una de ellas fue la de Jean Beausejour, quien sin pelos en la lengua lanzó un mensaje que resume lo que muchos piensan: menos chimuchina, más acción.
El exseleccionado nacional, referente de la Generación Dorada y actual comentarista, no se quedó en lugares comunes ni frases decorativas. Su diagnóstico fue claro: la Selección Chilena necesita cambios profundos, y los necesita ya. No basta con declaraciones optimistas ni con diagnósticos repetidos. Se necesita valentía. Se necesita hacer ajustes reales en nombres, esquemas y mentalidades.
La crítica apunta a un problema estructural: se ha hablado demasiado, se ha polemizado hasta el cansancio, pero el rendimiento en cancha no ha mejorado. Y eso, a juicio de muchos, solo se revierte con decisiones difíciles. Dejar de pensar en el pasado glorioso y enfrentar el presente con la crudeza que merece.
El mensaje cala hondo porque viene de alguien que lo vivió desde dentro. Beausejour no habla desde la tribuna, habla desde la experiencia. Desde los vestuarios donde se ganaron Copas América. Desde las derrotas que dolieron y las victorias que unieron a todo un país. Por eso sus palabras tienen peso.
El público también lo siente. La hinchada está cansada de excusas, de discursos vacíos. Quiere ver respuestas en la cancha. Quiere volver a creer.
Y para eso, tal como dijo Bose, hay que cortar con la chimuchina. Es tiempo de mirar al frente, tomar decisiones valientes y volver a construir desde el juego.
Porque si algo le falta hoy a la Roja, no es pasión. Es claridad. Y mucha, mucha acción.
Por estos días, donde la polémica, la desinformación y los intereses cruzados parecen tomar protagonismo en el fútbol chileno, una frase vuelve a tomar fuerza: hay que cuidar el fútbol. No se trata de una consigna vacía, sino de un llamado urgente desde dentro del mismo deporte.
Porque el fútbol no solo se juega en la cancha. Se juega en los pasillos de los clubes, en las oficinas de los dirigentes, en las decisiones de los árbitros y en el relato de los medios. Se juega también en la relación con los hinchas, en la credibilidad del torneo, en el respeto por los valores que le dieron sentido a este juego desde sus inicios.
La reflexión es clara: si no se protege el espíritu del fútbol, lo demás pierde valor. Si se privilegia la conveniencia por sobre la justicia deportiva, si se manipula el reglamento según la camiseta, si se debilita la transparencia institucional, el espectáculo termina vaciándose.
Y por eso, figuras del entorno futbolero —jugadores, entrenadores, periodistas— han levantado la voz. No desde la polémica gratuita, sino desde la preocupación real. Porque saben que cuando el fútbol se mancha, pierde su conexión con la gente. Y sin esa conexión, no queda nada.
Cuidar el fútbol es respetar al hincha. Es no banalizar las reglas. Es formar con ética. Es mirar a largo plazo. Es exigir lo mismo a todos. Es entender que detrás de cada partido hay historia, hay esfuerzo, hay comunidad.
Hoy, más que nunca, esa frase debe dejar de ser un eslogan y convertirse en acción. Porque cuidar el fútbol es cuidarnos a todos. A los que jugamos, a los que relatamos, a los que soñamos.
Y si aún hay tiempo, cuidémoslo. Antes de que sea tarde.